viernes, 7 de agosto de 2015

Recuerdos


Hoy me he tomado un minuto para compartirles esto.

Es un texto que escribí hace mucho tiempo, en una de mis clases de biología del colegio, que ven que ponía mucha atención, claro. Al menos puedo decir honestamente que algo aprendí. Si bien no fue lo más importante de esa clase, mi profe podría estar orgulloso de que al menos un nombre me quedara, y lo usé para esta historia.

Se me vino a la mente hace unos momentos, mientras recordaba lo mucho que llevaba sin escribir, así que eso, se los dejo.

"Sentí que mis pies dejaban de tocar el suelo, y caí. Debieron ser un par de segundos, pero en realidad parecieron años. Veía cada gota, cada tono en el agua de la cascada, que me mojaba conforme bajaba, mientras daba vueltas en el aire. De pronto, me encontré en el fondo, nada más que azul a mi alrededor, no veía ni algas, ni rocas, ni peces, sólo agua. 

La natación nunca había sido mi fuerte, y aún más, la caída me había debilitado, sólo quería dejarme llevar por la marea, y fluir. Aun así me encontré respirando con dificultad, mientras mis brazos y piernas se movían, tratando de estabilizarse, de flotar. Me moví un poco, dirigiéndome hacia no sé dónde, hasta que mi espalda choco con algunas piedras. 

Fue entonces cuando la vi, una pequeña cueva, nada lejos de allí, que parecía todo lo que necesitaba. Protección, descanso y tranquilidad. Traté de salir a tierra firme, pero no fue sencillo, mis manos sangraban, llenas de rasguños, pero la verdad es que ya ni las sentía, el agua había estado demasiado fría. 

Tiempo después lo logré y tuve que quedarme un momento justo allí, en la orilla, de cara al suelo. Era demasiado esfuerzo, demasiado trabajo… ¿valía la pena? Quizá después de llegar a la cueva nunca nadie me encontrara, quizá me quedaría aquí por siempre, sola, abandonada. Eso me decía mi cabeza y también lo sentía, pero había algo en mí un instinto primitivo que me hacía aferrarme a toda esperanza, no importaba lo pequeñas que fueran las posibilidades. Debía sobrevivir. 

Cuando mi cuerpo dejó de temblar y mis piernas pudieron sostenerme me levanté. Dentro de la caverna no se veía nada, ahora, todo era oscuridad. ¿Qué más daba?, no podía volver al agua, así que caminé hacia el otro lado, hacia el interior de la caverna. Me afirmaba de las paredes, y cada poco rato, debía detenerme a descansar. Me negaba a quedarme tirada por siempre, aunque mi cuerpo me pedía a gritos que lo hiciera. Llegó un momento en que no estaba segura si quiera de si aún me mantenía viva. La oscuridad era tan profunda, tan penetrante. No veía el contorno de la cueva, tampoco mis brazos o piernas, ni siquiera notaba el lugar por el que había entrado, toda luz se había apagado hace mucho tiempo ya. Hasta que distinguí algo. Quizá era mi mente, tendiéndome jugarretas antes de que me volviera completamente loca. Aun así todo lo que me rodeaba dejó de ser negro y comenzó a ser rojo y verde.

Era como una loca y tétrica película de navidad. En la que probablemente todos los personajes morían. Ya no me movía por esfuerzo propio, había una fuerza que me impulsaba, que me acercaba a la luz, sin que yo pudiera evitarlo, aunque tampoco lo había intentado. Pero entonces algo ocurrió. Fue en el mismo instante que me di cuenta que ya no había vuelta atrás, por más que me rescataran, nada sería igual. Probablemente me mandarían a un psiquiátrico, si es que alguna vez salía, pero estaba viendo frente a ella a un pájaro. 

A decir verdad no estaba segura de que lo fuera, era muy extraño. Enorme, cada una de sus alas medía probablemente más del doble que ella en altura y que contenían todos los colores del arcoíris en ellas. Era de él que provenía la luz roja y verde, mezclados pero aún así cada uno se distinguía claramente. 

<<Archaepterix>> la palabra se le vino a la mente, sin tener idea de cuál era su significado. 
El Archaepterix estaba tendido en el suelo, sus espléndidos colores brillando ante mi mirada extasiada, impresionada. No me dí cuenta hasta el momento en que mi mano se posaba suavemente en el extremo de su ala, que estaba más cercano a mí. Era tan suave como parecía, quizá incluso más y me perdí en esa sensación un momento. Hasta que su enorme ojo se abrió. 

Blanco en su mayoría, una mínima pupila gris perla se podía distinguir sólo si mirabas con atención. Y me miraba, fijamente, sin pestañar ni moverse. Acaricié sus plumas, y profirió un leve sonido gutural, mientras levantaba la cabeza. Si hubiese tratado de describirlo probablemente no hubiera encontrado palabras apropiadas. Era tan único. Y parecía adolorido, herido. 

Se levantó lentamente, sus plumas temblando al igual que sus… ¿garras? Sí, eso era lo que salía se sus alas, garras, plateadas y afiladas. Y no sólo eso, en su pico habían dientes, varios, como los de un tiburón. 

De pronto no estaba más en la caverna, si no que estaba en un valle. La luz del sol, aunque tenue, hizo daño a mis pupilas, ya acostumbradas a la opacidad. Traté de ocultarme, busqué sombra, pero nada había que me sirviera. El lugar estaba destruido, no había pasto, ni árboles, sólo un inmenso páramo de color cobrizo, reflejo del fuego que antes se había posado allí. 

Todo cambió nuevamente y estaba en medio de una batalla. Literalmente en la mitad, personas iban y venían provistas de espadas, lanzas y cualquier otra arma que encontraran, por muy impensado que fueran. La sangre se esparcía por el suelo, y también por el aire, al compás de los golpes de cada caballero. Pero nadie me notaba. Sólo pasaban, a mis lados, a través de mí, sin inmutarse, sin advertir mi presencia. Todo volvió a ser negro. Me sentía mareada y mi cuerpo se liberó cayendo al suelo, sin fuerzas. 

No estoy segura de cuando cerré, ni cuando abrí mis ojos. Ni siquiera sé si lo hice, pero en algún momento una luz, pequeña, diminuta incluso, apareció en mi vista. Sólo un reflejo en el techo, pero que me permitió levantarme y comenzar a andar. A cada paso se hacía más grande más fuerte, y la verdad, ya ni me molestaba, mis ojos podían adaptarse con facilidad. Había una rendija lo suficientemente grande para que pudiera pasar y así lo hice. El pájaro. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado con él? No recordaba el momento en que lo había perdido de vista. En el segundo en que el aire fresco tocó mi cara, todo pensamiento se esfumó de mi mente.

Sonreí, reí, por mucho tiempo. Hasta que miré mis manos. Parecían intactas, sin un rasguño, ni rastro de sangre."


Marie M.

PD: Sólo digo... recuerden que son las cavilaciones de una niña de 15 años. Y para que quede aún más claro, una niña que hasta los 14 prácticamente seguía jugando a las barbies -Sí, no se que pasa con las chicas de hoy en día, se creen demasiado grandes cuando ni siquiera han alcanzado su máximo de altura. 

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